Habían pasado menos de seis meses de la desaparición y el crimen de Paulina Lebbos y los tucumanos se desayunaban con la ausencia de otra mujer, Ángela Beatriz Argañaraz, docente del cuarto grado del colegio Padre Roque Correa. El lunes 31 de julio de 2006 había abandonado su casa de un barrio de clase trabajadora de El Manantial para dictar clases. Nunca llegó al establecimiento que está ubicado en Marcos Paz al 600. Las luces de alarma se encendieron en todos lados. Otra vez los mecanismos -insuficientes en esa época- tuvieron un arranque más veloz que en el caso de Paulina, pero siguieron siendo lentos.
La sensación de que en Tucumán podía desaparecer una persona y que era muy difícil encontrarla y mucho más aún saber que había sucedido con ella cautivó a la prensa nacional. Los móviles con antenas en sus techos se instalaron en la capital y mostraban en vivo los pormenores de la búsqueda y del caso. Muchos de ellos se instalaron en la mismísima plaza Independencia. El entonces gobernador, José Jorge Alperovich, a los gritos exigía una rápida respuesta. No estaba dispuesto a que otro hecho policial pusiera a la provincia en el centro de las miradas.
Como había ocurrido en febrero de 2006 con Paulina, poco se sabía sobre qué había ocurrido con la docente. Los primeros relatos indicaban que, como lo hacía todos los días, se había subido a un colectivo de la línea 103 que la dejó en avenida Alem y Lavalle. Allí, porque llegaba tarde, se bajó y tomó un remise blanco del que nadie pudo aportar muchos datos: era un Fiat Uno blanco que estaba decorado con una estrella y no con cinco, el emblema de la empresa que era propiedad del clan Ale.
Eso fue lo último que se supo de “Bety”, como la llamaba todo el mundo. Los tucumanos, espantados por lo que estaba sucediendo, marcharon en la plaza Independencia para exigir que apareciera con vida. El andar lento de los manifestantes que portaban pancartas y velas encendidas volvió a ocupar importantes espacios en las pantallas de los televisores de todo el país.
Su vida
“Betty” nació en un humilde hogar de Villa Amalia, en el sur de la ciudad, el 21 de noviembre de 1961. Su padre, Anacleto Argañaraz, trabajaba como operario en el ingenio que molía en ese barrio del sur de la ciudad. Su madre, Ángela Farías, ama de casa e hija de un empresario del transporte, dejó la comodidad de su hogar para estar a la par del hombre del que se enamoró perdidamente el mismo día que lo conoció.
La enfermedad de su hermana Liliana, la misma que luchó -y lucha- incansablemente para al menos sepultar el cuerpo de la docente, modificó totalmente la vida de la familia. Los padres, desesperados al enterarse de que a la más pequeña le habían diagnosticado una encefalitis y su existencia corría peligro, decidieron darle toda la atención posible. Por eso motivo, sus tres hermanos mayores quedaron a cuidado de su tía Petrona Farías, que vivía junto a sus hermanas solteras en el actual barrio ex Aeropuerto.
La recuperación de Liliana tardó más de lo esperado, pero la familia, después de un buen tiempo, volvió a reencontrarse. Sin embargo no fue por mucho tiempo porque sufrió otro golpe. El ingenio Amalia cerró sus puertas y don Anacleto, que no sabía leer ni escribir, se quedó sin trabajo. Los pequeños volvieron a la casa de su tía para ser atendidos y para culminar sus estudios. “Betty”, como la llamaban cariñosamente, hizo la primaria en la escuela Monteagudo y, la secundaria, en la Normal. En ese establecimiento estudió magisterio porque desde que era una niña soñaba con ser maestra.
“Siempre tuvo alma de docente. Muchas veces fui a los actos que ella dirigía. Sabía de cada una de sus cualidades, pero nunca dejaba de sorprenderme. Con su voz me cautivaba, al igual que a todos los presentes”, recordó su hermana, que tampoco pudo olvidar que “Betty” fue siempre la luz en sus días más oscuros. “Cuando estaba mal por alguna razón, ella siempre estaba para contenerme, alentarme y acompañarme”, indicó. Su primer trabajo frente a un grado fue en una zona alejada. Se desempeñó como maestra en la escuela República de Italia, ubicada en El Corte, Yerba Buena. Su paso por ese establecimiento, pese a ser bastante breve, quedó grabado para siempre. Al cumplirse un año de su desaparición, sus colegas le entregaron un cuadro a la familia para rendirle tributo por todo lo que había hecho en tan poco tiempo. Después le dedicó su vida al Padre Correa, colegio en el que desempeñó su carrera docente.
Durante 15 años, Argañaraz estuvo vinculada sentimentalmente con Julio Navarro, un joven que estudiaba teatro en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. Un día decidieron cortar la relación, pero como se llevaban tan bien, siguieron viviendo juntos. También compartían proyectos. Él fue el primero en señalar que algo malo podía haber ocurrido. “Tenemos cinco perros a los que ama. No los dejaría nunca”, indicó en una nota publicada por LA GACETA el 3 de agosto de 2006.
“El lunes (el día que fue vista por última vez) a las 9 me llamó la hermana para avisarme que no había llegado al colegio. Me puse como loco, pensé lo peor. Salí corriendo a buscarla por la calle; creía que le podía haber pasado algo en camino a la parada”, relató. “Es que, a esa hora, estas cuadras son oscuras. El barrio es tranquilo, pero aquí a media cuadra -detrás de una acequia- empiezan las quintas, y uno no sabe si puede esconderse alguien allí”, dijo en ese reportaje.
La ex pareja de “Betty” contó que la noche anterior estuvieron elaborando una especie de sketch para despedir a la directora del colegio Padre Correa. También habían confeccionado una tarjeta de invitación para esa mujer. “Ella estaba muy contenta por el ascenso que había conseguido. Le habían ofrecido quedarse con la dirección del establecimiento. En un principio dudó porque tendría que dejar el grado, pero después terminó aceptando el cargo”, declaró en esos tiempos Navarro.
Movimientos
La causa de la desaparición de la docente cayó en manos de la fiscalía VIII, a cargo de Adriana Giannoni. En tribunales el caso había puesto nerviosos a todos. La fiscala no quiso que estallara otro escándalo Lebbos. No sólo consiguió recursos extras, sino que ordenó que ese expediente fuera prioritario en su oficina.
En esos tiempos, las fiscalías no eran especializadas, sino que atendían todos los delitos que ocurrían en el ámbito del Centro Judicial Capital. “Uno de los mayores secretos es que hicimos oídos sordos a todos los protocolos y creencias que existían en esos tiempos. No esperamos las 24 horas que recomendaban para comenzar a buscarla. A la tarde del 31 de julio ya habíamos realizado numerosas medidas para tratar de encontrarla”, destacó la investigadora, que se jubiló en octubre pasado.
En la Casa de Gobierno pasaba exactamente lo mismo. Alperovich dio órdenes precisas para que nadie se quedara de brazos cruzados. Mantenía reuniones diarias con el entonces ministro de Seguridad, Mario López Herrera ,y con Hugo Sánchez y Nicolás Barrera, el ex jefe y subjefe de Policía respectivamente, (quienes años después serían condenados por la causa Lebbos). Quería que lo informaran sobre el avance de la investigación. Esta vez, el ex gobernador no cometió al menos la torpeza de querer entrometerse en la pesquisa -como lo había hecho en el caso de la estudiante-, sino que envió a los titulares de la fuerza a que se pusieran a disposición de la Justicia y a la ex ministra de Educación, Susana Montaldo, a participar de una misa que se hizo en el establecimiento educativo para pedir por la pronta aparición con vida de “Betty”.
La primera línea
Los investigadores pusieron su atención en Navarro. Fue el primer sospechoso de la causa, pero rápidamente lo descartaron como posible autor del hecho. Él había contado todo lo que sabía y también había colaborado desde un primer momento con los pesquisas. Sus dichos fueron corroborados por otras personas. En la Justicia estaban al tanto de algunos detalles de su vida privada, pero ninguno de ellos tenía que ver con la desaparición de la maestra.
También quedó descartado que “Betty” haya decidido escaparse con algún otro hombre. Los testimonios recogidos confirmaron que la docente no mantenía ninguna relación sentimental y además en esa época estaba enfocada en que iba a asumir como directora en el Padre Roque Correa, el puesto que, de alguna manera, siempre había soñado ocupar.
Giannoni y el secretario de la fiscalía, Ernesto Baaclini, se enteraron de que en el colegio se había desatado una lucha de poder por el cargo de la dirección. Cuando comenzaron a indagar sobre ese punto, se encontraron con un manto de silencio. Varias docentes, de manera anónima, contaron algunos detalles de los celos que había en el colegio contra “Betty” porque la habían elegido como directora. Sin saberlo, de alguna manera, habían encontrado la punta del ovillo que los llevaría a esclarecer el hecho.
Mañana, segunda entrega
Cómo surgieron las sospechas contra las ex novicias.